Esparta no quiere a los obesos (I) Leonardo Monterrey


PARA quienes no me conozcan, mi nombre es Leonardo Monterrey, soy nutricionista, y estoy aquí, invitado por los responsables de El Club Baltimore, para hablarles sobre gordura y discriminación. ¿Les gusta el cine? Porque vamos a empezar por ahí: no es fácil cargar con sobrepeso en Hollywood. En sus trabajos sobre el rechazo que sufren las personas con obesidad, el crítico de cine Nicholas Meyerson señala con acierto cómo los grandes estudios y los espectadores educados en la era de la gordofobia sólo aceptan una figura oronda si ésta sufre "todo tipo de vejaciones". Temeroso de que los lectores puedan juzgar desproporcionada esta teoría, el investigador aporta una batería de datos contundentes para enmudecer a los más escépticos. Una de las informaciones más significativas es el argumento de Flor de Atlanta, un melodrama en el que el amor y la felicidad están vetados a su heroína sólo porque usa una talla XL:


"Talulah, una chica analfabeta y enferma de diabetes que trabaja en una fábrica de hielo, es abandonada por su novio, que no aguanta que la joven tenga siempre las manos frías. Debido a la depresión en la que cae por su soltería, su cuerpo empieza a emitir malas vibraciones y provoca que todo el género de su empresa se derrita, un desastre que a su vez origina otro: el agua que sale de la industria inunda su comarca y echa a perder la cosecha de avena de ese año. El jefe de Talulah no se anda con remilgos y la acusa del caos cuando los agricultores piden la cabeza de un culpable. La muchacha es tomada como esclava por los granjeros, pero ella se gana el afecto de la comunidad gracias a su perversa imaginación para la cocina. Su plato de berza con cookies y miel de caña llama la atención, por su osadía, en el concurso regional de nouvelle cuisine, un certamen al que, por otro lado, no se presenta casi nadie ya que por la zona poca gente entiende el francés. La fortuna sonríe súbitamente a Talulah y un hermoso joven austriaco la pretende, pero más tarde se sabe que el hombre lo hace para conseguir la nacionalidad estadounidense y su codiciada receta de langostinos al ajillo con hierbas. Finalmente, la protagonista supera este desengaño mediante una beca para perfeccionar sus estudios de gastronomía en París, pero con la emoción del viaje, Talulah se olvida la insulina y muere mientras canta el aria final de La Traviata".
Meyerson no vacila sobre el subtexto de este guión, que encamina a su protagonista hasta un desenlace tan desazonador:
"... los gordos tienen que sufrir una justicia divina, mientras acaparen asientos en los transportes públicos y sin embargo paguen un único billete. No es casual que los tres hombres principales en la vida de Talulah -su novio, su jefe y el pretendiente austriaco- degraden constantemente a la mujer. Al ser una delincuente que infringe las normas imperantes de la armonía y al necesitar una generosa cantidad de tela para vestirse, los nuevos directivos de Hollywood y los aficionados al cine educados en esta sensibilidad estética creen que, sencillamente, ella no es digna de ser querida".
¿Anda en lo cierto el crítico? ¿Tiene la sociedad prejuicios contra los tipos corpulentos? ¿Desea que la providencia mortifique a aquellos insumisos que viven ajenos a los fastidiosos sacrificios de una dieta? Puede ser esclarecedora, en este debate, la experiencia vivida por la actriz de Flor de Atlanta, Tuscany Pheebes: conmovió a todos y estuvo a punto de recibir un Oscar por su desgarrador papel en esta cinta, pero cuando quiso cambiar de registro y aceptó en el filme independiente Canciones de otoño en Chelsea un personaje de vida tranquila, una pianista cuya mayor tensión era prepararse correctamente los conciertos de Rachmaninov, sus admiradores le dieron la espalda y su agente casi la deja ciega al vaciarle, en una discusión, un bote de laca en los ojos.
Para ser sinceros, el resumen de la trama facilitado por la distribuidora tampoco prometía demasiada emoción:
"Una intérprete de piano alquila un estudio insonorizado para sus ensayos, pero un tremendo hedor motiva que carezca de concentración para ejecutar ninguna partitura al completo sin desmayarse antes. Investigando en los apartamentos cercanos, la mujer descubre que unos vecinos indios abusan del curry en sus comidas y que los conductos del aire acondicionado conectan los dos pisos. El trato hostil que se establece entre la pianista y la familia, después de que ella les pida que rebajen la utilización de especias y ellos se sientan insultados por esa demanda, va cambiando con la convivencia hacia una profunda relación de amistad y enriquecimiento mutuos".


Noticias recientes revelan que Pheebes no ha tolerado los últimos contratiempos, que ha perdido la razón y en su delirio se mantiene enganchada a aquel éxito que conoció fugazmente gracias a Flor de Atlanta. Los médicos le han diagnosticado el síndrome de Halle Berry, que consiste en salir a la calle vestida con un bikini naranja incluso en los días de nieve y caminar de manera tremendamente sexy, quizás porque su inconsciente enajenado le dicta que sólo sobreviven las actrices con una figura estupenda y ella ha preferido imaginar que es así. Más de una vez, en esos paseos, viandantes desalmados le han arrojado cacahuetes y la han llamado morsa.

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